domingo, 25 de marzo de 2012

Aros

Con estas pantallas de televisión “LED – Full HD”, “Smart TV” u otras designaciones por el estilo, uno tiene la impresión que ve mejor allí a las personas que estando frente a frente.

Ayer, miraba un espectáculo trasmitido “en vivo” desde algún fastuoso escenario que bien pudo estar en Shangai o en Las Vegas.

Se oscureció la pantalla un par de segundos y aparecieron dos aros colgantes, de acero, relucientes y meciéndose sobre fondo negro total.

Por debajo de ellos y lejos apareció una pareja, caminando y acercándose poco a poco. Él atlético y elástico enfundado en ceñido atuendo gris plateado. Ella de elegante vestido largo, hombros descubiertos y sugestivo tajo desde la cadera hasta el piso, seda negra, sólo perceptible por los reflejos de sus movimientos; sandalias negras de taco aguja.

Sostenido aplauso del público.

Ya cerca, la imagen se detuvo en los dos bellos rostros; y de ella, recorrió los pendientes, el collar y varias pulseras en sus muñecas; un extraño y hermoso juego decorado con relieves, combinando oro y platino.

Ella, a manera de presentación, mostró y circundó a su pareja, luego elevó la vista y las manos hacia las argollas; descendió el gesto y, ceremoniosa y lentamente se alejó.

El atleta, ahora solo, con ágil salto se colgó de los aros y comenzó a mecerse, cada vez más, y más. Aparecieron otras anillas. Él fue mudando de unas a otras mientras su cuerpo oscilaba en posiciones impredecibles, verticales, verticales invertidas, horizontales, colgado de una mano el resto hecho un nudo, volteretas en el aire cambiando de argollas… hasta que de una, ¡se colgó del cuello…!

Sus pies parecían atrapados en otras anillas y sus manos, como adormecidas e indefensas, colgaban inútiles sin sustento asible cercano.

Enmudeció el público. ¡Era un accidente! En primerísimo plano, las venas del cuello se hinchaban, el rostro desfigurado se tornaba violáceo.

Consternación para públicos local y virtual, pero la imagen seguía; seguramente feliz para récords de rating en ese momento y de venta del video después. Un exceso macabro como para apagar el televisor, ¡ya!

Y reapareció ella; allá en el fondo, avanzando muy lentamente.

Debajo de su compañero, ahora sin sus joyas, lo miró displicente e hizo un gesto, como pase de magia, logrando que la argolla mortal saltara a sus manos; la observó y la llevó a su propio cuello mientras se convertía en el reluciente collar que había portado inicialmente.

El cuerpo del gimnasta quedó bruscamente liberado de su trampa y colgado de los pies, oscilando, las manos tratando torpemente de alcanzar alguna argolla, logró atrapar una.

La ilusionista volvió a prestarle atención a su pareja. Hizo otro gesto y se apropió de los aros de los pies, los desplazó por una mano y se transformaron en dos de sus espléndidas pulseras.

El atleta quedó balanceándose, lo bastante para asir precariamente otra anilla. ¡Ella le quitó una, luego la otra, y también se convirtieron en pulseras!

Él cayó ruidosa y pesadamente al piso, inerte.

Pero se levantó airoso y elegante, exhibiendo los pendientes de oro y platino de su compañera, se acercó a ella y se los puso ceremoniosamente.

¡Aplausos, aplausos! ¡Entusiasta festejo del público!

Media vuelta y los artistas comenzaron a alejarse en la oscura profundidad de la pantalla, pero ella no olvidó más gestos, para recuperar todas sus pulseras.

Jorge B. Hoyos Ty.
ainda@netverk.com.ar