viernes, 26 de diciembre de 2008

Cuentos de Brasil

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--- Lembranças
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VOCÊ ABUSOU

De paso por San Pablo, Andrés se envuelve en la seducción de Arielle, una bellísima "garota" negra. - Ending a short visit to Sao Paulo, Andres is caught in the seduction of Arielle, a very beautiful black "garota".

Reunión social terminada en un suburbio de San Pablo. Casi la una de la mañana. Vio una pequeña cola para un ómnibus hacia el centro; decidió probar.

Cuatro personas delante de él, una hermosa muchacha negra. Tacos medianos, piernas delgadas, pollera corta, blusa, hombros descubiertos derechitos, cabello casi lacio. Una "maravilha" para contemplar entre luces de mercurio y un pedacito de luna en noche cálida de octubre.

Pagó su pasaje, pasó el molinete, dos pasos más y se sentó al lado de esa muchacha, confiando en la gentileza de las brasileñas que, generalmente, no son hostiles a un acercamiento.

Lo sorprendieron unos ojos claros pero, ya había sido testigo de bellos contrastes en las mujeres de ese país. Algo dijo de la noche con luna, de cuánto demoraría la llegada al centro. La conversación, mezcla de portugués y español, se hizo agradable y fluida. Pasaron los minutos; las casas de barrio poco a poco fueron desapareciendo, reemplazadas por edificios cada vez más grandes.

Arielle anunció que bajaría en la próxima parada. "Você desce, também?" Le sorprendió la propuesta. Miró por las ventanillas, sin duda la avenida São João, calculó que estaría a unas quince cuadras de su hotel. No eran horas para andar "por allí" nada menos que en San Pablo. Hubiese preferido unos segundos para pensarlo pero ya comenzaba a detenerse el ómnibus y era la invitación de una bella paulista.

Cruzaron una bocacalle y avanzaron por São João. Los autos arrancaban disparados con luz verde y, metros más, el cruce con el "Minhocão", una vía rápida elevada, rugiente, aún a esas horas. Ni mucha ni poca luz; en otros horarios sería zona comercial, ahora todo cerrado, muy poca gente transitando.

Debajo de las planchas de hormigón del "Minhocão", Arielle se separó un poco, dándole un pequeño bolso que llevaba.

Entonces, se puso a cantar, dulce y suavemente; y su cuerpo comenzó a ondular, a danzar con gracia y sugestión, como atributos sólo posibles en una "mulher do país abençoado por Deus":

"Você abusou
tirou partido de mim
abusou
tirou partido de mim
abusou
tirou partido de mim
abusou"

El techo del viaducto hacía de marco; la silueta de Arielle contra un pedazo de cielo y el perfil de los edificios. Una fantasía de luna para los sorprendidos ojos de Andrés. Una caricia de versos y música para sus deleitados oídos. Todos los ruidos desaparecieron y fue como si São João resplandeciera con todas sus galas en una noche de carnaval, sólo para Arielle. Una magia de baile y canción exclusiva para Andrés:

"Que me perdoe
se eu insisto nesse tema
mas não sei fazer poema ou canção
que fale de outra coisa
que não seja o amor"

Cuando Arielle terminó, le extendió la mano y dijo: "Venha comigo".

Media cuadra por una pequeña calle transversal y entraron en un cabaret.

Oscuro, oscuro. Apenas unas lucecitas rojas en cada mesita. "Espera só um minuto", dijo Arielle, ofreciéndole una silla y alejándose hacia el costado de un escenario.

Lo poco que alcanzaba a verse parecía de buen gusto. "Menos mal" pensó Andrés. Recordó la última vez, meses atrás, que había estado en un lugar similar, en Buenos Aires:

Se había dejado engatusar, muy fácilmente, por una chica bonita que, en la calle, hacía promoción de un night club. Adentro, lo abordaron velozmente dos muchachas; se sentaron en unos silloncitos. Una se apretaba a él y le acariciaba la nuca; la otra, de frente, le introducía las rodillas entre sus piernas. Demasiado grotesco, aquello más parecía un secuestro que algo placentero. Todo rápido, como para aturdir. Le hicieron consumir una ronda de bebidas. Quiso saber cuánto le costaría el disgusto y resultó ser 90 dólares. Se escandalizó pero ya había sido atrapado. Desagrado y repulsión crecientes. Aún pretendieron más bebidas, entonces dijo "¡no jodan más, se van al carajo!"; se soltó de las rodillas de una y del brazo de la otra y se fue por donde había entrado.

La cosa no terminó en insultarse por estúpido. En su casa, tuvo que sacarse toda la ropa y colgarla al viento, por 24 horas; estaba impregnada de ese característico y terrible olor: mezcla de alcohol, cucarachicida y semen.

Casi se había jurado no reincidir en tales curiosidades, y aquí estaba, otra vez.

Se acercó una "garota", con una copa en la mano, diciendo "você nao tem que estar sozinho, não é?. "Estoy esperando a Arielle" reaccionó él, pero la chica no le hizo caso y comenzó a sentarse. Entonces él se paró, molesto y resuelto a irse. La mujer quizá entendió que era mejor no espantar a un cliente, dijo "Tudo bem, tudo bem!" y se fue.

Andrés volvió a sentarse, despacio, comenzando a pensar en qué otra estupidez se había metido. Afortunadamente, reapareció Arielle; con un vestido escotado, ceñido, negro, tacones altos. Apenas un detalle de otro color -hasta sus pendientes eran negros-, un pinpollito de rosa prendido a un bretel. ¡De no creer!

Tomaron unas copas, conversaron. Andrés estaba encantado. Pero se tuvo que ir. Le esperaba un día de trabajo difícil y sabía a qué se exponía si intentaba cumplirlo después de una trasnochada, seguramente intensa. Ella le dijo que podía volver cuando quisiera, directamente a las cuatro de la mañana, que saldrían juntos.

Su día fue arduo, el último de la tarea en San Pablo. Se dio un baño. Terminaba la tarde y, mientras decidía qué haría esa noche, pensó que no estaría mal pasear por los barrios elegantes del sur de la ciudad.

Hermosas mansiones, grandes "prédios" (edificios de departamentos) cercados y custodiados. Se encontró con un espacio abierto, profusamente iluminado; era una exposición de lujosos autos europeos. Música, ambiente festivo, contagioso; promotoras muy bonitas, bastante gente.

Se acercó a un espléndido auto italiano y por la puerta entreabierta comenzó a mirar su interior. La otra puerta se abrió e ingresó, sentándose, una chica que lo invitaba a él a hacer otro tanto "pra conhecer melhor esta beleza de auto".

Andrés vio abrirse la puerta, entrar unas preciosas piernas, escuchó la invitación y se sentó. Sorprendido por completo, no daba crédito a sus ojos: ¡Arielle! Elegantísima, esta vez en tono marfil.

Rieron bastante y jugaron a señor interesado en el auto y señorita que se lo quiere vender.

Esperó casi una hora en una "chopparía" próxima, agradable y concurrida. Pasó rápido el tiempo, saboreando una helada cerveza; disfrutando de lo maravillosa e increíble que podía ser la suerte, a veces. Arielle cruzaría aquel portal vidriado y sería un placer verla acercarse hacia él.

Un auto dejó a la pareja en el lujoso vestíbulo del hotel de Andrés, en el centro de San Pablo. Un "cinco estrellas", internacional, donde, elegancia mediante, todo estaba permitido.

Fue una noche de delicia.

Andrés la recordará siempre ... "de mí, abusó ... ¡Abusó!"

Jorge B. Hoyos Ty.
ainda@netverk.com.ar
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--- Oi !!
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ALICE

El encanto de Alice, una muchacha germana de ojos azules, seduce a Sergio en un viaje cruzando la frontera de Argentina con Brasil. - The charm of Alice, a blue eyes german girl, seduce Sergio in a travel through the border between Argentina and Brazil.

Los azules ojos de Alice miraban, sorprendidos e incrédulos, a uno de los choferes del ómnibus internacional, a punto de cruzar la frontera de Argentina con Brasil, quien decía:

- Não pourrá sair de Argentina.
- ¿No? ¿Por qué?
- É minor de edade.
El chofer había recolectado, previamente, los documentos de todos los pasajeros, para trámites de frontera.
- No, no. Tengo dieciocho años, soy alemana, en Alemania soy mayor de edad.
El chofer era, ahora, el sorprendido, pero insistió con su desagradable noticia.
Los demás pasajeros, próximos, prestaban atención. El chofer dijo, como buscando una salida, mirando a la pareja de la chica:
- São casal?
- ¿Casados? No - respondió Alice.
- ¿Cuál es el problema? - intervino una chica del asiento contiguo, adelante.
- Ela é minor de edade em Argentina. Precisa autorizacão para sair do país. Em Brasil ela é maior, também, pero em Argentina não.
- No, nada que ver - intervino otra mujer - ¡Ella es alemana!
- ¿De dónde vienen ustedes? - preguntó un tercero.
- De Chile. Yo estoy viviendo allí.
- No, no - fue el turno de Sergio -. Entonces sí, nada que ver. Si la dejaron entrar, la tienen que dejar salir.
- Claro que sí - confirmó la chica de adelante.

El ómnibus se detuvo en la frontera. Los pasajeros bajaron. Algunos fueron a una ventanilla de Banco a comprar Reales. Sergio buscó quedar frente a Alice.

- ¿Ya pasó todo? - preguntó.
- No sé ...
- Vos no tenés que decir nada. Dejá que ellos solos se den cuenta de la tontería. No sé cómo será en Chile pero, en este país, "el que habla se jode". ¿Entendiste?
- Sí - dijo, riendo de buena gana.
Su pareja estaba al lado. Sólo miraba sonriente. "Un divino", diría cualquier argentina. Todo músculo, rubio y atlético.
- Du sprechst sehr gut Spanish.
- Sí. Hablo español, no mucho, pero bien - dijo, sorprendiéndose por la frase en su idioma.
- Und Er?
- Él habla sólo alemán ... Y tú, ¿cómo sabes alemán?
- Ich bin in der Schweiz gearbeited.
- ¡Trabajaste en Suiza! Sehr Gut!

El tonto disgusto pasó. Todos de vuelta en sus asientos en el ómnibus. Una sonrisa de Alice cruzó hasta Sergio. Él le había dicho que lo había retado a San Pedro, por el mal tiempo que estaban teniendo (llovisnaba y la información decía que venía ocurriendo así en las últimas semanas, en Brasil).

En la mañana siguiente, en Porto Alegre, bajaron los que ocupaban los asientos contiguos al de Alice y su novio, del otro lado del pasillo. Sergio se corrió allí.

En la siguiente parada -una especie de desayuno tardío o anticipo de almuerzo- antes de volver al ómnibus, Alice estuvo sola, un momento. Sergio se acercó:

- Todo el sol de Brasil para vos - le dijo.
Ella rió, mirando, con intención, algunas nubes que quedaban en el cielo. Conversaron. Ella dijo que iba a Blumenau, a casa de una amiga.
- Qué casualidad, yo conozco bien Blumenau. Me gusta.
- A mí no.
- ¿Por qué?
- Muchos alemanes, todos rubios. Cuando viajo no me interesa ver alemanes.
- ¡A mí, tampoco, me interesa ver argentinos! - rió Sergio.

Llegó el novio. Subieron al ómnibus. Alice se sentó del lado pasillo; lo hizo pasar hacia la ventanilla al galán.

La conversación siguió. Ella se interesó a dónde iba él. Cómo se llamaba el lugar, cómo era. Una playa del sur de la isla de Santa Catarina, "Armação". "Yo le llamo 'un pedazo de paraíso'", dijo Sergio.

Pasó el tiempo. Ella se dio vuelta y se recostó en su novio. Sergio pretendió dormir.

El ómnibus se detuvo en la Rodoviária de Florianópolis. 13 horas. Bajaron y esperaron la entrega de valijas, los enamorados sendas mochilas.

- Los ómnibus para Blumenau salen del otro lado de la Rodoviária - informó Sergio.
- Mejor vamos a quedarnos un día aquí, iremos a la playa - respondió Alice.
Sergio se sorprendió y se alegró.

Dejaron sus bultos en un guarda-equipaje. Pasaron por una oficina de información turística. Ellos necesitaban un hotel cerca, en el centro; él, otro en Armação.

Recorrieron hoteles por el centro: dos muy caros, uno regular y otro de buen precio pero feo. Sergio de "cicerone", hablando portugués.

Apareció otra opción: ir todos a Armação. "¿Serán más baratos los hoteles allí?", quiso saber Alice. "Creo que sí, dijo Sergio, el sur de la isla aún no está invadido por el turismo extranjero".

Buscaron una cabina telefónica. Alice habló con su amiga de Blumenau, "aquí estamos; allá vamos, mañana" y montones de cosas más.

Sol agobiante de 3 de la tarde. Subieron al ómnibus que decía "Pantano do Sul - Vía Armação". Más de media hora de trayecto.

Llegaron a la dirección recomendada. El precio era bueno y lo que mostraron mejor. Los alemanes fueron a una habitación y Sergio a otra contigua.

Limpios y repuestos, salieron hacia la playa.

Un bellísimo atardecer sobre la bahía. Hundieron sus pies en la arena, caminaron entre los botes de pescadores. Buscaron un lugar para comer, estaban hambrientos.

A unos cien metros, frente a un grupo de bares, al lado del mar, sonaban zambas de carnaval. Un grupo de chicas bailaba sobre una tarima, arriba de una carromato, liderando a todos los demás en la calle. Mucha gente, danzando y cantando. Noche previa de carnaval.

Terminaron la cena y se metieron entre la gente, en uno de los bares.

Ella desapareció y volvió con una caipirinha, "de vinho", dijo. "¡Aj!", hizo él, pero igual la compartió. El Apolo estaba inmóvil. Sergio se puso a bailar con Alice.

Tenía la cintura descubierta. Le hizo dar vueltas, rozando su piel. Le acarició los hombros, que también estaban descubiertos. Su cabello largo y lacio hacía su propia danza. Sus largas y lindas piernas no eran brasileras pero podían aceptarse zambando.

Al Apolo se le acercó una brasilera con cara de entradora e intenciones "non-sanctas".

Alice prestó atención. "¡Bah!, dijo Sergio, ningún problema" y la llevó, entre la gente, hasta una barra. "¡Caipirinhas, caipirinhas son las de cachaça!"; pidió una y la compartieron.

Le tomó la mano. Ella trató de mirar, por encima de las cabezas de la gente, hacia donde había quedado el Apolo.

Él la acercó a una baranda sobre el mar. Noche de estrellas. Y comenzó a besarla, en el cuello, en los hombros. Percibió delicia en ella; acarició su cintura y sus muslos. Sus besos treparon por orejas y pelo. Siguió por las mejillas y no alcanzó sus labios. Ella giró el rostro. Él no insistió. Siguió besando su piel, y sus manos recordaron aquello de "déjame tocar el fondo de tu ser".

Ella se separó, lo tomó de la mano y volvió donde estaba el Apolo. Allí seguían los embates de la brasilera, el acosado reía.

Ella lo tomó de un hombro, lo hizo girar y le dio un beso. La atacante se fue.

Siguieron bailando, mezclados con un grupo de muchachos y chicas. El germano ensayó unos pasitos reiterando caipirinhas; "prosit!" decía. Un negro terció como profesor. Ella feliz, ahora tenía "expertos" tres a falta de uno.

Volvieron de madrugada al hotel. Él, solo en el cuarto vecino, rogó por dormirse pronto; un mínimo de imaginación hacía falta para envidiar lo del otro lado.

La puerta comenzó a abrirse. Sergio clavó los ojos en esa rendija creciente de brillante amanecer. Un camizón muy cortito; descalza, esbeltas piernas y cabellera suelta brillando a contraluz. Cerró la puerta y se acercó muy lentamente. Comenzó a levantar un extremo de la sábana. Él no se movió. Ella sonrió, empujándolo con la cadera.

- ¿Tengo que despertarte? - preguntó Alice, besándole la oreja.
- Mejor, ¡pellíscame! - dijo él.
- Dum! ¡Tonto!
- ¡Más, por favor! ¡No tiene que ser un sueño!

La mañana comenzó tarde. Fueron caminando hacia la playa. Él, con el pretexto de tener que encontrar algo para quedarse un par de semanas, se separó de la pareja.

Fue a ver una "pousada" que le habían recomendado la tarde anterior. Sueli, una deliciosa brasilera, de rasgos japoneses, dijo que tenía "tudo lotado" pero le dio un par de direcciones y algunas indicaciones. Retornó a la playa, saludó a sus amigos y volvió a su búsqueda.

Sergio almorzó solo, frente al mar. "Lula grelhada ao molho de camarões, arroz, batatas fritas, feijão, saladas, cerveja bem gelada", pero ... ningún sabor ... ninguna "delícia do mar" ... sus ojos pretendían atrapar el infinito ... Alicia mecía entre destellos y olas acariciando su piel; sus ojos robaban azul al cielo y cubrían el horizonte de ese "pedazo de paraíso".

A las 4 de la tarde los reencontró y tomaron un ómnibus hacia Florianópolis. Ellos tenían pasajes para las 6, hacia Blumenau.

Bajaron del ómnibus, depositaron las mochilas en un banco, para reacomodarlas en los hombros de la pareja, tenían siete u ocho cuadras de caminata hasta la Rodoviária.

- Bueno, ya saben el camino - dijo Sergio.
- Sí - respondió Alice, y lo abrazó.
El se dejó abrazar y besó sus mejillas.
- Escríbeme.
- ¿Alguna postal?
- Sí.

Sergio, también, le dio un abrazo al Apolo.

Caminando delante de ellos, les hizo adiós con la mano y se perdió entre la gente.
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Jorge B. Hoyos Ty. -----
ainda@netverk.com.ar

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